jueves, 4 de abril de 2013

El canon de lectura, el escritor y el lector.


                                   ¿Cuándo se considera literaria una obra?

   Según lo que hemos estudiado, un texto puede reunir las características de ser ficcional, cumplir una función estética y representar distintos discursos sociales, y sin embargo, no ser apreciado como literario, o peor aún, ser considerado “mala literatura”. Entonces, cuando empleamos la palabra “literatura” designamos no sólo un conjunto de textos con determinadas características sino también un valor, o dicho de otro modo, un reconocimiento social.
   Los juicios de valor, lo que hace que un autor y sus obras sean reconocidos, son variables. Es decir, lo que cambia no son los textos, sino el juicio sobre los mismos. Así por ejemplo, Luis de Góngora ( 1561- 1627), considerado hoy como uno de los poetas españoles más importantes del Siglo de Oro (siglos XVI y XVII, llamados de Oro por su esplendor cultural), fue un poeta incomprendido, por barroco y por complejo. Después de su muerte, su obra cayó en el olvido hasta que trescientos años después, en 1927, un grupo de poetas españoles, entre quienes estaba Federico García Lorca, reivindicó su obra.

   El valor asignado a una obra literaria depende de las instituciones sociales. El conjunto de obras y autores considerados valiosos conforman el canon de lectura. La escuela es la primera institución que forma lectores, o sea, que nos introduce formalmente a la lectura, al fijar en los programas listas de libros y autores considerados valiosos, y que por lo tanto forman parte del “canon de lectura”.
Pero la escuela no es la única institución que forma el juicio estético sobre la literatura; la universidad, las editoriales, los críticos, los escritores, los medios masivos de comunicación son otras instituciones que también participan en la construcción del canon literario. En cada institución y entre las instituciones pueden existir opiniones encontradas, no sólo coincidencias; por ejemplo, la mayoría de los docentes de literatura coinciden en una serie canónica de libros como El Quijote o Martín Fierro, pero pueden tener opiniones diferentes sobre otros libros, que no por eso dejan de formar parte del canon.


¿Y el escritor y el lector?

   En nuestra cultura se reserva la denominación escritor para quien escribe literatura, si bien un periodista, o un filósofo también escriben. Debemos recordar que el autor literario se relaciona con su discurso de manera indirecta, es decir, inventa un emisor ficcional (un narrador, un yo lírico o los personajes de un texto teatral). Sin duda, lo que un autor escribe se relaciona con su experiencia de vida, la clase social y el lugar donde nació, sus posiciones políticas, su vida sentimental, etc, pero esto no significa que sus escritos los reflejen directamente. Finalmente, un escritor no se define por sí mismo; una persona no se convierte en escritor por el solo hecho de querer serlo, sino por su relación con las obras, los lectores y las instituciones.

Por otra parte, el lector cierra el circuito que empieza con el escritor, porque es el destinatario de la obra. Cuando hablamos de “lector” nos referimos al público lector, no al individuo concreto que lee, sino al lector imaginario o ideal que el texto prefigura; así, las novelas de Harry Potter están destinadas a un público lector infanto-juvenil, aunque también puedan ser leídas por adultos. La formación escolar tiende a ampliar precisamente nuestras posibilidades de lectura: esto es lo que hacemos al estudiar literatura.

Intertextualidad e interdiscursividad



La literatura y sus relaciones de intertextualidad e interdiscursividad.

   Si consideramos el texto literario en sí mismo, podemos analizarlo como una ficción y un objeto estético. Pero si recopilamos datos sobre la época en la que se produjo ese discurso (los conflictos sociales, las ideas políticas, etc.) y sobre el propio autor, adquirimos otra información que nos permite ampliar nuestra comprensión de ese escrito.
Se trata de dos lecturas distintas, aunque no excluyentes: una centrada en el discurso literario considerado de manera autónoma y otra, que además toma en cuenta los discursos del contexto: políticos, sociales, religiosos, etc. Dicho con otras palabras, la literatura establece un diálogo con esos discursos, ya sea a favor, en contra, o para intentar modificarlos.
    Al mismo tiempo la literatura dialoga consigo misma, se relaciona con su propia tradición. Al escribir un texto literario, se está volviendo a escribir sobre un género ya existente ( una poesía, una novela, un cuento), se retoman temáticas anteriores o se abordan problemas contemporáneos semejantes, o también se establecen relaciones con el estilo  (o la poética) de escritores anteriores o contemporáneos.

   Para referirnos a este intercambio o diálogo entre la literatura y otros discursos sociales, empleamos el término interdiscursividad.  Con el término intertextualidad hacemos referencia  a las relaciones que se establecen entre dos o más textos dentro del discurso literario específicamente. Obviamente, para reconocer las relaciones intertextuales de una obra literaria, el lector debe conocer no sólo el texto que lee sino también los otros con los cuales este dialoga o al que se remite. De igual manera, para comprender las relaciones interdiscursivas,  el lector debe poseer conocimientos culturales amplios a fin de reconocer esas relaciones. En conclusión, el juego intertextual e interdiscursivo es lo que hace que una obra ( literaria, artística,etc) sea más rica y compleja. Cuántos más conocimientos culturales tenga el lector, mejor podrá comprender la obra que está leyendo.